Lucía
pertenecía a una rica familia de Siracusa. La madre, Eutiquia, cuando quedó
viuda, quería hacer casar a la hija con un joven paisano. Lucía, que había
hecho voto de virginidad por amor a Cristo, obtuvo que se aplazara la boda,
entre otras cosas porque la madre se enfermó gravemente. Devota de Santa
Águeda, la mártir de Catania, que había vivido medio siglo antes, quiso llevar
a la madre enferma a la tumba de la santa. De esta peregrinación la madre
regresó completamente curada y por eso le permitió a la hija que siguiera el camino
que deseaba, permitiéndole dar a los pobres de la ciudad su rica dote.
El
novio rechazado se vengó acusando a Lucía ante el procónsul Pascasio por ser
ella cristiana. Amenazada de ser llevada a un prostíbulo para que saliera
contaminada, Lucía le dio una sabia respuesta al procónsul: "El cuerpo
queda contaminado solamente si el alma es consciente".
El procónsul quiso pasar de las amenazas a los hechos,
pero el cuerpo de Lucía se puso tan pesado que más de diez hombres no lograron
moverla ni un palmo. Un golpe de espada hirió a Lucía, pero aun con la garganta
cortada la joven siguió exhortando a los fieles para que antepusieran los
deberes para con Dios a los de las criaturas, hasta cuando los compañeros de
fe, que estaban a su alrededor, sellaron su conmovedor testimonio con la palabra Amén.
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